lunes, 25 de enero de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los Cátaros-parte 2 *

***Hermosa noche de Domingo para todos.

Les propongo continuar con la segunda parte del valiosísimo estudio del Profesor Honoris Causa de Historia, de la Universidad Nacional de Colombia, 
Don Abel Ignacio López, sobre los Cátaros. 
Importante estudio que nos ayuda a clarificar muchas cosas sobre éstos Cristianos Gnósticos que marcaron un hito en la historia de la humanidad.

Una iglesia cristiana, no católica

*Hay dos iglesias, la una huye y perdona, la otra posee y despelleja*.
Pierre Authié, hereje Cátaro.

Mestre y Brenon prefieren hablar de *iglesia*. No utilizan el término *secta* con el que algunos historiadores, especialmente católicos, se refieren a los Cátaros. Y lo consideran así porque encuentran que el catarismo tuvo una organización propia, con jerarquías y clero propios, con obispados y diaconados paralelos a la Iglesia católica. Los Cátaros desarrollaron unas doctrinas, normas, y rituales de iniciación, así como un sistema de prohibiciones y exclusiones. Proponían vías de salvación, si bien no eran las mismas que las de los sucesores de Pedro. 

Además, ellos mismos se proclamaron como una Iglesia, la verdadera Iglesia, la de los apóstoles. En su opinión, la católica, que denominaban la *iglesia de los lobos*, era la falsa y había traicionado los principios del evangelio cristiano. Los obispos Cátaros eran los jerarcas máximos. Ordenados por otros obispos, se encargaban de los asuntos temporales y financieros de la respectiva Iglesia, administraban el consolamentum o sacramento de iniciación, presidían las ceremonias y predicaban el evangelio. Estaban acompañados por los diáconos, quienes asumían tareas episcopales en ausencia del titular de las diócesis y usualmente a la muerte del obispo eran consagrados para reemplazarlo.



En la región de Languedoc se sabe que se organizaron cuatro obispados diferentes, cada uno de los cuales era autónomo; el primero de ellos fue establecido en Albi, por lo que también se conoce a este grupo religioso como albigenses. A los diáconos, seguían los perfectos. Estos eran creyentes cristianos que habían recibido por parte de un obispo, un diácono u otro perfecto el sacramento del consolamentum. Se trataba de una ceremonia en la que el candidato a perfecto, previa una etapa de noviciado o preparación que podía durar un año, se arrepentía de sus faltas, se comprometía a vivir en castidad, a no comer ni carnes ni leche, a no mentir ni prestar juramento, a no abandonar la Iglesia ni siquiera ante la amenaza de muerte, no blasfemar no matar y a seguir los mandatos del evangelio. 

A continuación, el oficiante perdonaba los pecados del postulante, lo recibía y confirmaba como miembro de la Iglesia colocándole sobre la cabeza el texto sagrado. Esta ceremonia, según la opinión de Brenon, reunía a la vez varios de los sacramentos católicos. Al ser aceptado como perfecto, se le bautizaba, confirmaba, perdonaba y ordenaba como clérigo, pues estaba facultado para perdonar, predicar, conferir el consolamentum y presidir otros actos rituales.



La bendición del pan y la Santa Oración, es decir el Padrenuestro, eran ceremonias conmemorativas de la última cena, sin valor sacramental, pues no aceptaban el sacramento de la eucaristía como lo propone la Iglesia católica; es decir, negaban la transubstanciación.
El Nuevo Testamento constituye el texto fundamental de su Iglesia. Para salvarse había que seguir los principios allí establecidos: vivir en pobreza y castidad. De Cristo, que no murió ni resucitó, sólo aceptaban su naturaleza divina, por lo que su encarnación fue apenas una apariencia; esta doctrina es conocida con el nombre de *docetismo* y fue predicada por otros disidentes religiosos, entre ellos los bogomilos, procedentes de la Europa oriental. 

Se oponían al culto a la cruz que se consideraba un instrumento de tortura, que causaba horror en vez de veneración. No creían en el infierno ni en el purgatorio. El infierno estaba en este mundo material, que es el reino del mal. Podría uno preguntarse si las particularidades de organización y doctrina que se acaban de mencionar bastan para designar a este grupo religioso como una *iglesia*. Los sociólogos alemanes Ernest Troelscht y Max Weber propusieron criterios de diferenciación entre secta e iglesia.



Según Troelscht, esta última pretende la cristianización de la sociedad entera, para lo cual debe sacrificar algunas de sus exigencias y hacer concesiones a las costumbres que encuentra y que busca cristianizar; renuncia entonces a toda exigencia rígida de santidad individual y se concentra en la santidad institucional. La Iglesia es la intermediaria necesaria para alcanzar la salvación y por tal razón monopoliza la administración de los sacramentos. La secta, en cambio, no es masiva y el acento, en vez de estar en lo sacramental, se pone en los esfuerzos y disciplina individuales. 
Weber establece cuatro condiciones propias de la iglesia:

a-Un estamento sacerdotal separado del mundo, cuyos deberes, ingresos y conducta son objeto de reglamentación propia.

b- Se pretende un dominio universal, es decir que se supera el ámbito familiar, ciánico, de tribu, étnico y nacional.

c- La racionalización del dogma y del culto mediante escritos sagrados.

d- Formar parte de una comunidad institucional. 

Es decir, que se logre la separación entre el carisma y la persona. Esto quiere decir que a la iglesia no se entra de forma espontanea, en la iglesia se nace. A ella pueden pertenecer incluso aquellos que sean recalcitrantes. 
A la secta, en cambio, sólo pertenecen quienes son portadores de una cualificación carismática individual. Esta última condición coincide con la distinción propuesta por Troelscht.

A la luz de esta distinciones no es, pues, exagerado hablar de *Iglesia Cátara*. Tenían un clero propio, una doctrina escrita, su alcance no fue meramente familiar o local, fue una institución que buscaba la cristianización de toda la sociedad. Los fieles creyentes debían seguir los preceptos generales del Evangelio. Al acercarse la hora de la muerte solían recibir el consolamentum. 
Las mayores exigencias de disciplina, de ayuno, de castidad concernían al clero, a los puros, a los diáconos y obispos.

¿Una religión maniquea?



Que la Iglesia Cátara era maniquea, es decir que seguía los principios de Mani =siglo III D.C.= ha sido un punto de vista sostenido por un buen número de historiadores del siglo XX. 
Esta era, por lo demás, la opinión de los clérigos medievales. Estos últimos, como lo demuestra Robert Moore, tendían a presentar las doctrinas de los herejes como parte de una gran conspiración que provenía desde la temprana era cristiana. Por lo tanto, calificaron de maniqueos no sólo a los Cátaros, sino a cualquier disidencia con un mínimo asomo de dualismo; se afanaban por mostrar coherencia y consistencia en los ritos y creencias de los herejes pues con ello confirmaban sus propios prejuicios; estaban interesados en mostrar que Mani seguía aún inspirando a los enemigos de la Iglesia católica. 

Así pensaba Anselmo de Lieja, al afirmar que Mani era el heresiarca de los herejes de Arras, en el siglo XI. Everwin, prior de la orden premostatense en Steinfeld, cerca de Colonia, sostenía que los Cátaros habían reemplazado las fiestas católicas de semana santa por una conmemoración de la muerte de Mani, la fiesta conocida con el nombre de Berna. 
Esta afirmación, argumenta Moore, ilustra la debilidad del método de Everwin, puesto que él no menciona testimonio de algún Cátaro de quien hubiese oído o a quien le hubiese preguntado, sino que se basa en la obra de San Agustín *Contra Manicheos*.



En este libro se dice que a los herejes les desagrada la Semana Santa. Pero no hay razón alguna para suponer que la fiesta Berna fuera recordada; además, ninguno de los herejes llegó a considerar a Mani como su maestro o inspirador o fundador. En la medida en que los Cátaros se constituían en importantes antagonistas de la Iglesia católica, parecía apropiado darles el nombre de sus siniestros predecesores, con el objetivo no tanto de precisar su origen histórico o la identidad de su doctrina cuanto de dejar en claro el alcance y la seriedad del peligro que significaban.

La idea del maniqueísmo medieval alcanzó notoriedad con la publicación, en 1947, del libro The Medieval Maniches, de Steven Runciman. Se trató, según él, de una tradición religiosa constante, de una religión definida que se extendió desde el Mar Negro hasta Vizcaya. 
Si bien Runciman reconoce que el título que ha dado a su libro es injustificable, pues el dualismo cristiano y el maniqueísmo fueron dos religiones distintas, encuentra sin embargo que el término maniqueo es razonable, pues los dualistas cristianos, así no reconociesen la religión de Manes, *se encontraban fundamentalmente más cerca de él de lo que nunca estuvieron del cristianismo medieval o moderno*.



A esta opinión se opone precisamente Anne Brenon, para quien la Iglesia Cátara está mucho más cerca del cristianismo e incluso del catolicismo que del maniqueísmo. Ni siquiera acepta que este último sea considerado como fuente de inspiración para los Cátaros: las únicas relaciones que se pueden establecer son las que se encuentren entre maniqueísmo y cristianismo en general. He aquí algunos de los argumentos presentados por Brenon:

*el maniqueísmo es una religión distinta a la cristiana y no una mera desviación de ésta; los Cátaros ignoraron los libros sagrados de los maniqueos; las reglas de vida, las fiestas y celebraciones, la liturgia, se basaban en la doctrina cristiana, que nada tenía que ver con los libros sagrados, las liturgias y la organización del clero de la religión maniquea*. 

Pero el argumento central es este: 
se puede ser cristiano y a la vez dualista, puesto que es precisamente en los principios dualistas de la cosmogonía Cátara donde se han encontrado las mayores afinidades entre una y otra corriente religiosa. Maniqueos y albigenses coinciden en que desde siempre existieron dos principios distintos y contrarios: 
el del bien y el del mal. El primero es el creador de lo espiritual, el segundo de lo material. Dios no es el creador de este mundo, que es obra del demonio. Esta lucha cósmica tiene su réplica en la historia de los individuos: allí también hay dos principios, cuerpo y alma. 

Pero estas coincidencias no son atribuibles a una influencia maniquea. El dualismo Cátaro se fundamenta en una interpretación del Nuevo Testamento: es de este texto del que los predicadores Cátaros extraen sus argumentos a favor del dualismo absoluto.



No le falta razón a Brenon al rechazar, por inexactas, las calificaciones que se hacen del catarismo como una religión maniquea. Más aún, la idea de dos principios eternos, se encuentra ya entre los cristianos Gnósticos del siglo II y, por lo tanto, anteriores a Mani. 
El dualismo, en sus distintas manifestaciones =budista, mazdeista, cristiana, maniquea, etc.=, es una respuesta al problema cósmico del mal en este mundo. Pero no se debiera olvidar que respuestas similares no significan ni una tradición común, ni un origen común. En este equívoco se apoya la vinculación que se suele hacer entre maniqueos y Cátaros, según la cual estos últimos fueron seguidores directos de aquéllos. 

Que el catarismo se fundamentara en el propio texto evangélico, no quiere decir que no fuera una real amenaza para la doctrina oficial. En efecto, se eliminaba la redención al no admitir el poder salvador de la crucifixión, se destruía un eje central de la doctrina cristiana: la encarnación. Menos preciso y algo contradictorio es lo que escribe Jesús Mestre. Se apoya en Brenon al considerar que los Cátaros eran dualistas cristianos, pero prefiere los términos dualistas maniqueos al hablar de los herejes de los siglos XI y XII.

Gilgamesh***

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