jueves, 28 de enero de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los cataros-parte 4 *

***Bella noche de Viernes para todos.

Voy a continuar compartiéndoles el gran estudio del Profesor Honoris Causa, Don Abel Ignacio López sobre los Cátaros.

Sin duda que uno de los efectos del ayuno podía ser apresurar la muerte. Pero ello es distinto a pensar que se trataba de un programa destinado a amenazar al género humano. No se debiera olvidar una vez más que las acusaciones provienen de textos inquisitoriales, interesados en exagerar y a veces deformar comportamientos considerados inmorales. 
De lo generalizado de esta costumbre poco se sabe. 
El mismo Le Roy Ladurie no ofrece evidencias empíricas para sustentar la afirmación arriba citada sobre el uso generalizado de la endura en Montaillou. 
Lo que se ha podido averiguar hace pensar, más bien, que se trató de una práctica poco extendida, nada frecuente, un rasgo esporádico. Brenon tiene razón: 
no es cierto que el catarismo condenara la humanidad a la extinción.



En conclusión, no hay pruebas que apoyen la existencia de un suicidio ritual; se trata, en opinión de Robert Moore, de un mito que aún persiste entre historiadores modernos. Ocurre lo mismo con la acusación de extrema piedad que pudo ser interpretada como una señal de depravación o con la negativa a la procreación que para los detractores se convirtió aceptación de cualquier tipo de relación sexual. Son creencias típicas acerca de los Cátaros que han persistido a lo largo de los siglos a pesar de que carecen por completo de evidencias que las apoyen.

¿Por qué en occitania?

La Iglesia catara tuvo acogida especial en la Occitania, región del sur de Francia y que aún no estaba incorporada a los dominios de la monarquía capeta. Comprendía el moderno Languedoc en el Occidente, y Provenza en el Este. Se le conoce más comúnmente con el nombre de *Midi francés*. Allí se compartía una tradición lingüística común: la lengua de Oc. El mayor éxito cátaro se alcanzó en el Languedoc, del cual formaban parte, en términos políticos, los condados de Tolosa y de Foix, los vizcondados de Albi, Carcasona y Beziers en poder de la familia Trencael, y el vizcondado de Narbona.

El apoyo brindado por la nobleza y el débil desarrollo de los lazos feudales fueron factores determinantes en el éxito del catarismo. A diferencia del norte de Francia, en el sur las relaciones entre vasallo y señor fueron menos rígidas, menos obligantes y abundaron los alodios en detrimento de los feudos. Las instituciones feudales penetraron mal y hubo mayor resistencia a los juramentos de fidelidad. 
El efecto de tal situación fue, en opinión de Brenon, una nobleza jerarquizada con menor solidez que la del norte francés y una mayor autonomía de opción socioreligiosa que *habría sido inimaginable en un sistema centralizado a la flamenca o a la borgoñona*.



El conde no estaba en condiciones de imponer su autoridad a sus vasallos. La débil autoridad condal propició el desorden político, las continuas guerras y la amenaza de invasión por parte de otros poderes más fuertes con intereses en la región: la monarquía francesa y la inglesa. La primera de ellas, porque el conde de Tolosa era su vasallo, la segunda porque el rey de Inglaterra era duque de Aquitania y no había renunciado a ejercer el señorío en Tolosa. Eran frecuentes las rivalidades entre los condes y vizcondes; 
su resultado más notable fue convertir la región en territorio de violencia. La organización de la Iglesia católica en el Languedoc era igualmente difusa, lo que facilitó la presencia de grupos religiosos heréticos, los cuales, por otra parte, estaban presentes en esta región por lo menos desde las primeras décadas del siglo XI. Un régimen particular de habitat conocido como el incastillamento facilitó aún más la acción de los Cátaros. En el interior de una misma muralla residían señores y campesinos, artesanos y burgueses.



No hay mayor discrepancia sobre esta explicación. Sin embargo, se echa de menos un mayor examen de las condiciones materiales propias del Languedoc, porque ayudarían a entender la acogida de la predicación catara. A este propósito, vale la pena traer a cuento la hipótesis de Pierre Chaunu formulada en su famosa obra Le temps des Reformes =1975= según él, se puede establecer una relación entre catarismo y *mundo pleno*. No es una mera coincidencia el que la predicación de los *buenos hombres*, de la segunda mitad del siglo XII, hubiese tenido lugar en un momento de abundancia de población.

La condena que los Cátaros hacen del matrimonio, su modelo de vida cristiana basada en la castidad e incluso su condena a la procreación tuvieron acogida en regiones fuertemente pobladas; allí la superpoblación era percibida como sobrecarga y obstáculo. Paul Labal ha mostrado que esta hipótesis está bien justificada. En las aldeas del sur de Francia, los hombres se hacinaban. Según se deduce de excavaciones arqueológicas, el habitat sufrió modificaciones en el siglo XII, la población no siempre encontró ocupación en su propio territorio, y no hubo comida para todos.



A diferencia del norte del Loira, en el sur el arado pesado, el caballo dedicado a la agricultura y la rotación trienal fueron innovaciones tardías. Hubo poca cría de ganado y los rendimientos agrícolas fueron bajos. La solución fue la emigración hacia zonas incultas, la fundación de nuevas aldeas; lo que Labal llama un nuevo país que fue casi indemne al catarismo. Y esto con toda probabilidad no es casual. Esta expansión se detuvo a mediados del XII. Las ciudades entonces, en especial Tolosa, tuvieron que soportar la población excedente proveniente de las aldeas vecinas. 

Como más adelante explicaremos, las lealtades y apoyos que recibió la herejía dependieron en buena parte de los efectos de la situación demográfica y social.
Al interior del occidente europeo, fue en la Occitania donde se llevó a cabo el primer intento de la separación de los poderes espiritual y temporal. El clero se sometió al poder señorial; el conde de Tolosa apartó de su consejo a los eclesiásticos. El resultado fue un progresivo distanciamiento institucional entre señores e Iglesia. Sin duda, esta circunstancia explica, en buena medida, el apoyo, o por lo menos la tolerancia, de los poderes laicos con la herejía.



A su implantación contribuyó también la escasez de medios de acción de los que disponía la diócesis de Tolosa. Así se deduce del estudio de Labal. Hacían falta prelados activos y clérigos dinámicos. Los monasterios, por su parte, no pudieron suplir esa carencia, pues tampoco había grandes abadías, una situación que contrastaba con la vivida en el norte de Francia. De suerte que la enseñanza de la religión quedaba en manos de los capellanes rurales, de escasa instrucción, algunos de ellos siervos nombrados como clérigos por sus señores. No se estaba, pues, en capacidad de responder a los predicaciones de los Cátaros . 

Estos más bien colmaron un vacío en el proceso mismo de cristianización. Según investigaciones arqueológicas, hacia el siglo XII aún había creencias paganas: en los subterráneos de construcciones se han encontrado huellas del culto a la *dama blanca*. 
Las sepulturas de Albi muestran persistencias de gestos, como la ofrenda de la tierra, las fracturas de cerámicas y los fuegos rituales. 
De manera que los Cátaros, en estos casos, no tuvieron que combatir con un catolicismo muy arraigado.



Herejía y sociedad, el catarismo: ¿iglesia popular?

De la lectura de los dos libros objeto de este comentario se deduce que, con excepción del clero católico, el catarismo, tuvo amplia acogida y apoyo en los diferentes grupos sociales del Languedoc, en la Occitania, desde la alta nobleza hasta el pueblo llano. *Acogida* significa que no se les perseguía, que en una misma familia había cataros y católicos, y, en fin, que incluso se les defendió de los ataques militares promovidos por el papado. 
Esta situación podía producir contradicciones entre las creencias religiosas y las convicciones vitales. Era precisamente este el drama que vivía Raimundo VI, conde de Tolosa y, agrega Mestre, *será a un tiempo el gran drama de su país, que comulgaba punto por punto en los mismos sentimientos de su conde*.



Gilgamesh***

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